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miércoles, 15 de abril de 2009

Testimonio: La confesión verbal. Parte I

A lo largo de toda la palabra de Dios es de suma importancia la confesión verbal. En el Nuevo Testamento, el mismo Jesús nos anima en gran cantidad de pasajes a hacerlo.
Tomaremos en este caso dos pasajes:
El primero es Ap. 19: 10
Apocalipsis 19:10 "Yo me postré a sus pies para adorarle. Y él me dijo: Mira, no lo hagas; yo soy consiervo tuyo, y de tus hermanos que retienen el testimonio de Jesús. Adora a Dios; porque el testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía."

El segundo es Ap. 12: 11 ya que nos parece que es un digno resumen de la voluntad de Dios para estos tiempos referida a este tema en particular.
Apocalipsis 12:11 "Y ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, y menospreciaron sus vidas hasta la muerte."
La Victoria es por medio de:
1- La sangre del Cordero (Jesucristo)
2- La palabra de testimonio
3- Estar dispuestos a dar la vida.

El texto que sigue es la primera parte del capítulo 9 del libro "Mensaje para edificar a los creyentes nuevos" de T. S. Nee.
El texto es un tanto extenso pero creemos que vale el esfuerzo de leerlo, sobre todo en estos tiempos en que el testimonio verbal será crucial para nuestras vidas.

¡Esperamos que seas bendecido a través de su lectura!
¡Dios te bendiga!

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LA CONFESIÓN VERBAL

Lectura bíblica: Ro. 10:10; Pr. 29:25; Mt. 10:32-33
I. LA IMPORTANCIA DE LA CONFESIÓN VERBAL
Cuando una persona ha creído en el Señor, no debe mantener este hecho en secreto, sino que tiene que confesar con su boca al Señor. Confesar al Señor con nuestra boca es de suma importancia.
A. Confesar con la boca
inmediatamente después de creer
Tan pronto como una persona cree en el Señor, debe confesar al Señor delante de los hombres. Supongamos que una mujer da a luz a un hijo. ¿Qué pensaríamos si el niño todavía no habla a la edad de uno, dos o tres años? ¿Diríamos que quizás es tardo en su desarrollo lingüístico? ¿Le sería posible a esa persona comenzar a contar, “uno, dos, tres, cuatro”, a los treinta años de edad y aprender a decir “papá” y “mamá” a los cincuenta años? Por supuesto que no. Si una persona es muda desde su infancia, probablemente lo seguirá siendo por el resto de su vida, y si no ha podido decir “papá” o “mamá” cuando era joven, probablemente tampoco podrá hacerlo por el resto de su vida. De la misma manera, si un recién convertido no confiesa al Señor ante los demás inmediatamente después de haber creído en Él, me temo que no lo hará por el resto de su vida. Si no pudo hablar de Él cuando era joven, probablemente tampoco lo hará cuando sea mayor.
Muchos han sido cristianos por diez o veinte años y todavía siguen mudos. Esto se debe a que no abrieron sus bocas en la primera o segunda semana de su vida cristiana. Ellos continuarán siendo mudos hasta que mueran. Confesar a nuestro Señor es una práctica que debe iniciarse en el momento en que uno cree. Si usted abre su boca el día en que creyó en el Señor, el camino a la confesión estará abierto para usted. Si una persona no confiesa al Señor en las primeras semanas, los primeros meses, o los primeros años de su vida cristiana, lo más probable es que no lo hará el resto de su vida. Por lo tanto, tan pronto como una persona cree en el Señor, debe esforzarse por hablar de Él a otros, aunque le sea difícil y no le agrade hacerlo. Debe hablar a sus familiares y amigos. Si no aprende a hablar del Señor a los demás, me temo que a los ojos de Dios, será considerado un mudo por el resto de su vida. No queremos que los creyentes sean mudos. Por esta razón desde el primer momento debemos aprender a abrir nuestra boca. Si una persona no lo hace al principio, mucho menos lo hará más tarde. A menos que Dios les conceda especial misericordia, o haya algún avivamiento, estas personas jamás abrirán sus bocas. Si no confiesan desde un principio, les será muy difícil hacerlo más tarde. El recién converso debe buscar la oportunidad de confesar al Señor ante los hombres, porque tal confesión es muy importante y de mucho provecho.
B. Con la boca se confiesa para salvación
En Romanos 10:10 dice: “Porque con el corazón se cree para justicia, y con la boca se confiesa para salvación”. Con el corazón uno cree para justicia ante Dios, y con la boca uno confiesa para salvación ante los hombres. Si usted ha creído en su corazón, lo ha hecho ante Dios, nadie más lo puede ver. Si usted ha creído sinceramente, usted ha sido justificado ante Dios, pero si sólo cree en su corazón y no lo confiesa con su boca, nadie sabrá que usted ha sido salvo, y la gente seguirá considerándole un incrédulo, pues no ven ninguna diferencia entre usted y ellos. Por esta razón, la Biblia recalca que, además de creer con el corazón, es menester también confesar con la boca. Debemos confesar con nuestra boca.
Todo nuevo creyente debe buscar oportunidades para confesar al Señor a sus compañeros de clase y de trabajo, a sus amigos, a sus familiares y a todos aquellos con quienes tenga contacto. Tan pronto se presente la oportunidad, les debe decir: “¡He creído en el Señor Jesús!”. Cuanto más pronto ellos abran la boca para declarar esto, mejor, porque una vez que lo hagan, los demás reconocerán que han creído en el Señor Jesús. De esta manera, se librarán de la compañía de los incrédulos.
He visto que muchas personas están indecisas con respecto a aceptar al Señor, pero una vez que se levantan y proclaman: “¡Creo en el Señor Jesús!”, se sienten más seguros. Lo peor que le puede suceder a un cristiano es quedarse con la boca cerrada. Si habla, habrá dado un paso hacia adelante y se sentirá más seguro. Muchos creyentes dudan al principio, pero tan pronto proclaman: “Yo creo”, adquieren seguridad.
C. La confesión nos evita problemas
Es de gran beneficio confesar con la boca después de creer con el corazón en el Señor, porque esto nos evitará muchos problemas en el futuro.
Supongamos que usted no abre su boca, y no dice: “He decidido seguir al Señor Jesús y ya le pertenezco a Él”. Los demás lo seguirán considerando igual que ellos. Así que cuando ellos pecan o se involucran en concupiscencias, siguen pensando que usted es como ellos. Usted sabe en su corazón que es cristiano y que no está bien andar con ellos, pero usted no les rechaza por complacerles. Al principio inventa pretextos para no aceptar sus invitaciones, pero ellos continúan presionándole y usted tiene que pensar en una nueva excusa o quizás dos para no ir con ellos. ¿Por qué no decirles desde un principio que usted es creyente? Todo lo que tiene que hacer es confesar una o dos veces para que dejen de molestarlo.
Si usted no confiesa con su boca, es decir, si sigue siendo un cristiano en secreto, tendrá más dificultades que los que son cristianos abiertamente, ya que las tentaciones que experimentará serán mucho más fuertes que las que experimentan los otros cristianos que confiesan al Señor. Estará atado por los afectos humanos, y las relaciones antiguas le afectarán mucho más, ya que no siempre podrá excusarse diciendo que tiene dolor de cabeza, o que está ocupado. Como no puede usar las mismas excusas una y otra vez, es mejor declarar desde el primer día: “He creído en el Señor Jesús y lo he recibido en mi corazón”. Una vez que usted haga saber esto a sus compañeros de clase y de trabajo, a sus amigos y familiares, ellos sabrán que usted no es como ellos, y eso le ahorrará muchos problemas; de lo contrario, usted se encontrará con muchos obstáculos. Confesar al Señor evita muchas contrariedades.
D. No confesar al Señor
hará que su conciencia lo acuse
Existe un problema muy serio para la persona que no confiesa al Señor con su boca. Muchos creyentes del Señor tuvieron esta experiencia cuando Él estuvo en la tierra.
Los judíos rechazaron al Señor Jesús y se le opusieron con vehemencia. En Juan 9, vemos el acuerdo al cual ellos habían llegado: Si alguno confesaba que Jesús era el Cristo, sería expulsado de la sinagoga (v. 22). En el capítulo 12 de este mismo libro, la Biblia dice que muchos gobernantes judíos creyeron en el Señor Jesús secretamente, pues no se atrevían a confesarlo por temor a ser expulsados de la sinagoga (v. 42). ¿Cree usted que estas personas tenían paz en sus corazones? Quizás se habrían sentido incómodos si hubiesen confesado al Señor Jesús, pero ciertamente sufrían una incomodidad aún mayor al no confesarlo. ¿Qué clase de lugar era la sinagoga? Era un lugar donde la gente se oponía al Señor Jesús. Allí se tramaban y discutían planes en contra del Señor conspirando contra Él y procurando sorprenderlo en alguna falta. Estas eran las actividades tenebrosas que tomaban lugar en la sinagoga. ¿Qué podría hacer un creyente genuino en medio de tales personas? ¿Cuánta fuerza de voluntad se necesitaría para mantener la boca cerrada? En tal ambiente es muy difícil que alguien confiese al Señor con su boca, pero no confesarlo públicamente resulta mucho más difícil.
La sinagoga judía es un cuadro del mundo que se opone al Señor. El mundo siempre critica al Señor Jesús y siempre considera a Jesús de Nazaret un verdadero problema. El mundo siempre habla en contra del Señor. Al estar en tal lugar, ¿podría usted escuchar a esta gente y, aun así, pretender ser como uno de ellos? Fingir no sólo es doloroso, sino que también es muy difícil, ya que se requiere mucho más esfuerzo para controlarse y refrenarse. En tales circunstancias, acaso no habría algo dentro de usted que anhelara poder gritar: “¡Este hombre es el Hijo de Dios y yo creo en Él!”. Acaso no hay algo en usted que desea proclamar: “¡Este hombre es mi Salvador y yo creo en Él!”, o “¡Este hombre me puede librar de mis pecados y aunque usted no crea en Él, yo sí creo en Él!”. ¿No hay acaso algo dentro de usted que desea proclamar esto a los cuatro vientos?
¿Va usted a obligarse a estar callado simplemente porque desea el respeto y la posición que los hombres le dan? Según mi parecer, creo que habría sido mejor para el grupo de gobernantes judíos mencionados en el capítulo 12 ser expulsados de la sinagoga. Si hubieran confesado al Señor se habrían sentido mucho mejor. Si usted no fuera un creyente verdadero, seguramente le daría igual confesar al Señor o no. Pero, debido a que usted es un creyente genuino, su conciencia lo acusaría si pretendiese simpatizar con quienes se oponen al Señor. Cuando hay alguien que se opone al Señor, usted no siente paz en su corazón; pero aun así, dice forzosamente: “¡Eso que usted dice es muy interesante!”. ¿No es esto lo más terrible y doloroso que le pueda suceder a hombre alguno?
No hay nada más doloroso que no confesar al Señor ante los hombres. Este es el mayor de los sufrimientos. A mí no me gustaría estar en el lugar de aquellos gobernantes judíos, porque el sufrimiento que ellos experimentaron fue muy grande. Si usted no es creyente, no tiene nada que decir, pero si usted ha creído, lo mejor que puede hacer y lo que es más fácil y gozoso es salirse de la sinagoga. Quizás a usted le parezca que hay demasiados obstáculos para ello, pero las experiencias pasadas nos indican que estos obstáculos serán cada vez mayores, y que su corazón sufrirá más si no opta por este camino.
Supongamos que usted oye una calumnia contra sus padres y escucha callado sin hacer nada, o peor aún, pretende estar de acuerdo con ello. Si usted hace tal cosa, ¿qué clase de persona es usted? Nuestro Señor dio Su vida para salvarnos. Si no decimos nada del Señor a quien nosotros adoramos y servimos ¿a qué grado de cobardía hemos llegado? Debemos ser osados y proclamar: “¡Yo pertenezco al Señor!”.

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