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sábado, 11 de julio de 2009

Una misión que cumplir

Apocalipsis, los últimos tiempos. ¿Está usted afirmado sobre la Roca?


Cuanto más tiempo estemos aquí en el mundo, tanto mayor es el peligro de que, como iglesia, nos concentremos en nosotros mismos procurando mantener nuestras estructuras y nuestras instituciones a expensas de lo que se nos ha llamado a hacer, que es predicar al mundo el mensaje del evangelio que Dios nos ha dado. La misión que tenemos es un aspecto esencial de la vida cristiana. Es el corazón de la iglesia. Esta misión no es uno entre los muchos programas de la iglesia, sino que es la verdadera razón de su existencia. Cada cristiano es llamado a ser un misionero, “uno que es enviado”.

“Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura.” (Marcos 16:15)

Las señales que se están cumpliendo en nuestro entorno nos indican sin lugar a dudas que estamos viviendo los últimos tiempos y por lo tanto el evangelio debe ser predicado tan rápidamente como sea posible a la mayor cantidad de gente que sea posible. ¿Cuán en serio tomas el llamado de alcanzar a otros con el evangelio? El mandato de llevar el evangelio al mundo entero se encuentra en los cuatro evangelios, así como en el libro de los Hechos. Si tú te consideras discípulo de Jesús, a tí se te ha dado esta encomienda y Dios te a provisto del poder del Espíritu Santo para así hacerlo.
“Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra.” (Hechos 1:8)

Está muy claro que el evangelio debe ser predicado a todas las naciones.
“Y es necesario que el evangelio sea predicado antes a todas las naciones.” (Marcos 13:10)
Piensa en todas las personas que aún no han sido alcanzadas para recibir el mensaje de salvación. Toda esa gente se perderá a menos que cumplamos con la gran comisión. Lamentablemente hemos perdido de vista nuestra misión de testificar al mundo y nos hemos concentrado más en proteger y sostener nuestras propias instituciones. Estamos “acuartelados” en nuestros templos y hemos perdido la razón de nuestra existencia. Tanta comodidad resulta en tropiezo para lograr nuestro cometido. Resulta ahora tan difícil salir de las cuatro paredes del templo y buscar a los que aún se encuentran perdidos. Pero Jesús advirtió claramente:
“Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio, la salvará.” (Marcos 8:35)

Pablo nos dejó un ejemplo a seguir:
“Y de esta manera me esforcé a predicar el evangelio, no donde Cristo ya hubiese sido nombrado, para no edificar sobre fundamento ajeno, sino, como está escrito: Aquellos a quienes nunca les fue anunciado acerca de él, verán; Y los que nunca han oído de él, entenderán” (Romanos 15:20-21).

No podemos quedarnos dentro de nuestras iglesias. Debemos salir a buscar nuevos terrenos para sembrar la Palabra de Dios. Y vuelve Pablo a exhortar:
“Y que anunciaremos el evangelio en los lugares más allá de vosotros, sin entrar en la obra de otro para gloriarnos en lo que ya estaba preparado.” (2 Corintios 10:16)

La iglesia debe tener una mente centrada en la misión. Cada uno, individualmente, sin excepción, está llamado a ser un testigo de Jesucristo. No todos tenemos el don de predicar, pero todos hemos recibido algún otro don o talento, de manera que estamos capacitados para que de una forma u otra podamos compartir y hablar de las grandes cosas que Jesús ha obrado en nuestras vidas y de nuestra gloriosa esperanza.

“Sino que según fuimos aprobados por Dios para que se nos confiase el evangelio, así hablamos; no como para agradar a los hombres, sino a Dios, que prueba nuestros corazones” (1 Tesalonisenses 2:4).
“Pero a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para provecho.” (1 Corintios 12:7)
“Y todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere” (1 Corintios 12:11).
“De manera que, teniendo diferentes dones, según la gracia que nos es dada, si el de profecía, úsese conforme a la medida de la fe; o si de servicio, en servir; o el que enseña, en la enseñanza; el que exhorta, en la exhortación; el que reparte, con liberalidad; el que preside, con solicitud; el que hace misericordia, con alegría.” (Romanos 12:6-8)

El pueblo de Dios necesita la presencia y los dones del Espíritu Santo si quieren tener éxito en alcanzar a otros. Hay una verdad sencilla, sin embargo, aunque simple, siempre será una gran verdad: “No puedes dar lo que no tienes.” A menos que nos aseguremos que tenemos una relación viva con Dios, no podemos esperar conducir a otros a tener la misma experiencia. Si hemos decidido seguir a Cristo, desearemos conocer tanto como podamos acerca de él, de su carácter y de lo que él espera de nosotros. Esto lo logramos cuando estudiamos la Santa Palabra de Dios y en oración. Cuando dejamos de cimentar nuestra fe en las enseñanzas sólidas de la Palabra de Dios, estamos en peligro de alejarnos del centro de nuestra fe: Jesucristo, nuestro Señor, y a su vez nos alejamos de nuestra misión: proclamar el evangelio, el mensaje de salvación al mundo a través de Jesús. Una iglesia que responde a su llamado, será una iglesia que crece. Y no me refiero a una estructura, sino al grupo de individuos que forman el cuerpo de Cristo. El crecimiento no debería limitarse al aspecto numérico solamente, sino que de forma individual y corporativa, debemos “crecer en gracia”, si deseamos que nuestro testimonio sea verdaderamente productivo.
“Antes bien, creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.” (2 Pedro 3:18a)

No hay dudas de que compartir el mensaje de Cristo crucificado y resucitado, implica grandes sacrificios. El Señor demanda de cada uno de nosotros que seamos fieles a su llamado, lo cual significa renunciar a muchas cosas.

“El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí. El que halla su vida, la perderá; y el que pierde su vida por causa de mí, la hallará” (Mateo 10:37-39).

Jesús no nos pide algo a cambio de nada. El tiene una gran promesa para aquellos que deciden seguirle y cumplir con su gran encomienda.

“Respondió Jesús y dijo: De cierto os digo que no hay ninguno que haya dejado casa, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por causa de mí y del evangelio, que no reciba cien veces más ahora en este tiempo; casas, hermanos, hermanas, madres, hijos, y tierras, con persecuciones; y en el siglo venidero la vida eterna.” (Marcos 10:29-30)

La iglesia es el instrumento escogido por Dios para llevar las buenas nuevas de salvación a toda la humanidad.
Fue diseñada para servir, y su misión es la de anunciar el evangelio al mundo. Desde el principio fue el plan de Dios que su iglesia reflejara al mundo su plenitud y grandeza. El cuerpo de Cristo, aquellos que han sido llamados de las tinieblas a la luz, han de revelar la Gloria de Dios. Es necesario crecer espiritualmente, pero no debemos usar eso de excusa para descuidar el llamado que tenemos de alcanzar a otros para Cristo. ¿Cuál es tu lugar en la misión de la iglesia? ¿Qué más podrías hacer? ¿Qué diferencia ha producido tu presencia para alcanzar a otros?

Recuerda…

“Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano.” (1 Corintios 15:58)

“Mirad, pues, con diligencia cómo andéis, no como necios sino como sabios, aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos. Por tanto, no seáis insensatos, sino entendidos de cuál sea la voluntad del Señor.” (Efesios 5:15-17)

“Y será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin.” (Mateo 24:14)

¡Dios te bendiga y te guarde!

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