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sábado, 11 de julio de 2009

Sin amor somos “nada”

Apocalipsis, los últimos tiempos. ¿Está usted afirmado sobre la Roca?


“Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor.”
(1 Corintios 13:13)


Pablo destaca que por más importantes que sean la fe y la esperanza, y otros elementos del cristianismo, todo debe comenzar y fundamentarse en el amor. Dios es amor. Cualquier cosa que Dios haya hecho, que esté haciendo o que hará, todo es una manifestación de su amor. El amor de Dios excede por mucho lo que los seres humanos suelen llamar amor, que a veces es un mero sentimiento superficial o una pasión temporal que a menudo está mezclada con egoísmo y codicia. Dios no sólo tiene amor o muestra amor, él es amor.
“Y nosotros hemos conocido y creído el amor que Dios tiene para con nosotros. Dios es amor; y el que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él” (1 Juan 4:16).

El amor de Dios por la humanidad se ha revelado de muchas formas y maneras, la mayor de las cuales es el sacrificio de su único Hijo en la cruz. Como seguidores de Jesús, respondemos a su amor al amar a otros así como Cristo Jesús nos amó a nosotros.
“Y andad en amor, como también Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante” (Efesios 5:2).

Hay una necesidad interna, en nosotros, de recibir amor. Necesitamos el amor de nuestros padres, familiares y amigos. Necesitamos ser parte de una comunidad amante. Pero tanto como necesitamos recibir amor, también necesitamos dar amor. Pero el verdadero amor no comienza con nosotros. La capacidad de amar es creada en nosotros por nuestro Creador. El corazón no consagrado no puede originarlo ni producirlo. El verdadero amor sólo se encuentra en el corazón en el que reina Jesús. En el corazón renovado por la gracia divina, el amor es el principio de acción dominante.
“Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos. El que no ama a su hermano, permanece en muerte” (1 Juan 3:14).

Aunque Dios quiere nuestro amor más que ninguna otra cosa, él no necesita nuestro amor del mismo modo en el que nosotros necesitamos de su amor. “En Dios no hay apetito que necesite ser saciado; solo abundancia que desea dar.” – C. S. Lewis. Nuestro amor humano necesita ser transformado por el amor divino, de modo que, aunque continuemos anhelando el amor de otros, seamos capaces de dar amor sincero a los demás. En su sabiduría infinita, Dios ideó un plan para tratar el problema del pecado de la mejor manera posible. Siendo un Dios santo, no podía pasar por alto la rebelión de la humanidad, pero siendo también un Dios de amor, no podía ignorarlos y permitir que sus criaturas perecieran sin hacer lo máximo para salvarlas.

“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).

“La santidad de Dios es su majestuosa pureza, que no puede tolerar el mal moral. El amor de Dios es su brazo expansivo y tierno al pecador. La santidad de Dios es su alejamiento de lo que es impuro y profano. El amor de Dios es su disposición a identificarse con los que son impuros, con el fin de ayudarlos.” – Donald G. Bloesch

La realidad trágica de este mundo incluye amor propio, ambición ciega, competencia, corrupción y guerra. Mientras el ser humano sea guiado por los principios del príncipe de las tinieblas, el amor no tendrá posibilidad de florecer. “Si juzgas a la gente, no tendrás tiempo para amarla” – Teresa de Calcuta. Si realmente hemos sido convertidos y llegados a ser discípulos del Señor, el principio del amor reinará en nuestras vidas. Cualquiera que sea nuestro defecto o debilidad, nuestro amor a Dios y hacia los demás crecerá. En otras palabras, la conversión es una reorientación: un cambio del amor propio al amor a Dios y el amor a los semejantes. Si realmente hemos sido cambiados por Jesucristo, su amor caracterizará nuestro trato con los demás.

“Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor” (1 Juan 4:7-8).

“Si los miembros de la iglesia eliminan todo culto al “yo” y quieren recibir en su corazón el amor de Dios y el amor mutuo que llenaba el corazón de Cristo, nuestro Padre Celestial manifestará constantemente su poder mediante ellos. Unanse los hijos de Dios con las cuerdas del amor divino y entonces el mundo reconocerá el poder de Dios que obra milagros.” – EGW

Jesucristo es nuestro modelo máximo. Si nos preguntamos cómo debería ser nuestro amor, sólo necesitamos mirar a nuestro Salvador. En él vemos el ejemplo perfecto. El amor que viene de Cristo nos mueve a dar una respuesta amante y esto nos dará el intenso deseo de compartir ese amor con otros. Si profesamos ser discípulos de nuestro Señor Jesucristo, nuestra vida estará marcada por el amor incondicional hacia nuestro Hacedor y un amor abnegado hacia los demás. Si el amor de Jesucristo es el que nos mueve, sin duda tendremos compasión por las personas que se pierden y procuraremos la salvación de cada persona, así como lo hizo nuestro amante Salvador. “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús” (Filipenses 2:5). Si de veras estás esperando la segunda venida de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, es necesario que prediques el evangelio a toda criatura. No hay mayor prueba de amor hacia Dios y hacia los demás que procurar la salvación de todos.

“Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros.” (Juan 13:34-35)

Romanos 12:9-21
12:9 El amor sea sin fingimiento. Aborreced lo malo, seguid lo bueno.
12:10 Amaos los unos a los otros con amor fraternal; en cuanto a honra, prefiriéndoos los unos a los otros.
12:11 En lo que requiere diligencia, no perezosos; fervientes en espíritu, sirviendo al Señor;
12:12 gozosos en la esperanza; sufridos en la tribulación; constantes en la oración;
12:13 compartiendo para las necesidades de los santos; practicando la hospitalidad.
12:14 Bendecid a los que os persiguen; bendecid, y no maldigáis.
12:15 Gozaos con los que se gozan; llorad con los que lloran.
12:16 Unánimes entre vosotros; no altivos, sino asociándoos con los humildes. No seáis sabios en vuestra propia opinión.
12:17 No paguéis a nadie mal por mal; procurad lo bueno delante de todos los hombres.
12:18 Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres.
12:19 No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor.
12:20 Así que, si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer; si tuviere sed, dale de beber; pues haciendo esto, ascuas de fuego amontonarás sobre su cabeza.
12:21 No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal.

¡Que Dios te bendiga y te guarde!

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